El pasado mes de noviembre la Filmoteca de Catalunya dedicó una sesión al director y montador Ramón Biadiu con motivo del centenario de su nacimiento. Nacido en 1906, Biadiu es una figura apenas conocida en la historia del documental español, pero que destacó con sus cortometrajes de carácter industrial y geográfico producidos bajo el auspicio del Comissariat de Propaganda de la Generalitat de Catalunya durante la Guerra Civil. Entre sus obras de este periodo se encuentran Ollaires de Breda, El vi y Els tapers de la costa. Antes, había realizado La ruta de D. Quijote (1934), su documental más destacado y también accesible, gracias a su inclusión como extra en el DVD editado por Buenavista del Don Quijote de La Mancha dirigido por Rafael Gil (1948).
En uno de sus cuentos más célebres, Borges traza la singular bibliografía de Pierre Menard, escritor cuya obra “subterránea” se componía de un par de capítulos del Quijote. Menard “no quería componer otro Quijote —lo cual es fácil— sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran palabra por palabra y línea por línea con las de Miguel de Cervantes” (1).
Una peregrina empresa a la que Menard llegó imbuído por la idea de la “identificación total con el autor” y tras haber deshechado la opción de ofrecer una visión contemporánea del Quijote, situándolo por ejemplo en Wall Street. Para Menard, estos textos eran “sólo aptos para ocasionar el plebeyo placer del anacronismo o (lo que es peor) para embelesarnos con la idea primaria de que todas las épocas son iguales o son distintas”.
Sin adentrarnos en los recovecos borgianos de este cuento, la más evidente disyuntiva planteada por Menard es trasladable, no sin cierta ironía, al terreno cinematográfico, donde las adaptaciones (o “copias”) han dado resultados “fáciles” (Rafael Gil) o imposibles (Terry Gilliam), como también han sido empresas condenadas al fracaso de la inconclusión sus relecturas contemporáneas (Orson Welles).
Una fatalidad que, de nuevo irónicamente, ya apuntó Pierre Menard: “Componer el Quijote (…) a principios del XX, es casi imposible. No en vano han transcurrido trescientos años, cargados de complejísimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno solo: el mismo Quijote”.
Estos siglos son más determinantes en el caso de un abordaje en clave documental del texto, donde cualquiera de las opciones planteadas por Menard quedaría a priori desechada. Imposible “identificarse con el autor”, pero igual de espinoso “adaptar” o “contemporaneizar”, ya que supondría adentrase en el controvertido terreno de la reconstrucción. La opción que toma Biadiu, su particular ruta, es la elaboración de un filme “a partir de”.
Sus créditos de inicio no pueden ser más claros. El director catalán presenta la película como “Una visión documental de La ruta de Don Quijote”. Y en su título sintetiza el planteamiento del filme: una visión, entendida como un acercamiento parcial a la obra, sin la pretensión de abarcarla en su totalidad; documental, circunscrita a la especificidad del género: registrar el aquí y el ahora; y una ruta, el filme no se detiene en las hazañas del noble caballero, sino que revisita los espacios donde éstas transcurrieron.
Y, frente a lo que para Menard suponía un infranqueable obstáculo (la existencia del libro), para Biadiu constituye una indudable ventaja. En este tiempo, el Quijote se ha convertido en una figura universal que forma parte de nuestro imaginario, de modo que el director puede liberarse de la tiranía de la palabra y de su aparente referente: el texto cervantino.
En este sentido, el segundo crédito de la película es también significativo: “Con comentario musical de Juan Gaig”. Aquí, Biadiu desecha el comentario en voice over y será la música un elemento clave para marcar las pautas de lectura e indicar el paso de lo real a lo imaginario. Y también, el uso de unos contadísimos rótulos, los únicos anclajes que el director tiende “literalmente” con el libro. Así, en una precisa traslación de un medio a otro, el filme comienza con varios planos de un ejemplar antiguo de El Quijote para pasar por encadenado a un intertítulo con la célebre frase: “En un lugar de la Mancha…”
Y ese lugar, hoy, no es más que un paisaje árido que poco a poco se irá poblando de vida. Apenas quedan huellas de un pasado quijotesco en estas tierras-quizás el escudo que preside una casa castellana-, tan sólo los rostros y gestos de los hombres y mujeres anónimos que trabajan en ellas. Biadiu filma de modo minucioso las labores de labranza, la fabricación artesanal de tinajas en el Toboso y los momentos de esparcimiento de los campesinos en las lagunas de Rudiera, a modo de postales costumbristas y cercanas en intenciones al documental etnográfico.
Pero en esta apuesta por lo tangible, el director no olvida el poder evocador del cinematógrafo y logra convertir la ausencia en sugerencia en los momentos que retrata el contundente paisaje de Sierra Morena (donde D. Quijote se perdió) o la Cueva de Montesinos (en la que el ilustre caballero tuvo su encuentro con el mago Merlín). Una evocación que se hace más patente al abordar los capítulos fantásticos del libro, aquellas aventuras que únicamente transcurrían en la mente del ingenioso hidalgo.
La secuencia más clara en este sentido es la que aborda las visiones alucinadas de Don Quijote cuando confundía prosaícas ventas con fabulosas fortalezas. Mediante la alternancia de planos de una venta con otros de un castillo a través de un fundido encadenado y convenientemente subrayadas por diferentes tonalidades musicales (popular para los primeros, más épica para los segundos), Biadiu pone en imágenes la distorsionada visión de Don Quijote. Una operación sencilla pero eficaz, como son también las diversas angulaciones de cámara (contrapicados y escorzos) que utiliza para mostrar unas amenazantes aspas, que como bien corrigió Sancho “no eran sino molinos de viento”.
A diferencia de otras películas recientes, que también toman este clásico de la literatura como pretexto (Honor de cavalleria de Albert Serra, 2006, que en su apuesta por el tedio y los tiempos muertos violenta la esencia del libro), La ruta de D. Quijote ofrece un ejemplar equilibrio entre evocación, ilustración y relectura mediante el uso de los más simples elementos del lenguaje cinematográfico como son encadenados, los intertítulos con los que a menudo establece un juego irónico o la música. Tras el conclusivo rótulo “Don Quixote de la Mancha, había pasado desta presente vida, y muerto naturalmente”, el documental se cierra con idénticas tomas de “aquel lugar de la Mancha”. Esta vez al atardecer y filmadas a contraluz, en un poderoso juego de luces y sombras que sugieren lo intangible y eterno del caballero de la triste figura.
FICHA TÉCNICA
Dirección y guión: Ramón Biadiu
Montaje: Ramón Biadiu
Música: Juan Gaig
Ayudante técnico: Manuel Giró
País y año de producción: España, 1934
Formato y duración: 35mm, B/N, 18 min.
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(1) Jorge Luis Borges, Pierre Menard, autor del Quijote. Cuento publicado por primera vez en El jardín de senderos que se bifurcan (Buenos Aires, Sur, 1941).
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